03/11/2019 -
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En el debate de portavoces celebrado la noche del viernes, nadie nombró a Canarias. Ni para bien ni para mal. Sencillamente, no existió. El país sentado en el sofá asiste al intercambio de ideas sobre su futuro inminente y las islas, otra vez tan lejanas para el centralismo, desaparecen de los comentarios a izquierda y derecha. De Cataluña y del País Vasco sí se habló, largo y tendido, gracias a la presencia de dos formaciones nacionalistas (ERC y PNV) que se encargaron no solo de defender sus especificidades sino al tiempo dejaron clara su intención de contribuir a la gobernabilidad estatal; salvo evidentemente con las derechas mesetarias (Ciudadanos y Vox) que aspiran a laminar el autogobierno y retornar a la época de los gobernadores civiles en las provincias al amparo de la entelequia imperial de una España pretérita e insuflada de ufana grandeza.
La coalición conformada por Nueva Canarias y CC tiene una oportunidad el próximo domingo. En el sentido de que con el tiempo todo es posible si los esfuerzos se agrupan y se propone como meta colectiva. Aún hoy sobrevuela el recuerdo de los comicios generales de 2000 cuando el nacionalismo canario obtuvo cuatro representantes, dos por la circunscripción de Las Palmas (que encima entonces repartía siete y no ocho escaños como ahora) y otros dos por la de Santa Cruz de Tenerife. Si Canarias no está presente en el Congreso de los Diputados como fuerza territorial propia, acabará solapada cuando no obviada en el ajetreo parlamentario y en la trifulca diaria de los partidos estatales donde se impone en cada bancada la disciplina de voto dictada por las centrales de los aparatos que solo reconocen la diversidad cuando necesitan de los escaños nacionalistas canarios, vascos o catalanes,tal como certifica el periplo democrático desde la Transición.
¿Por qué en Cataluña y en el País Vasco puede haber formaciones nacionalistas arraigadas en el mapa electoral y en Canarias no? Porque no interesa al resto de siglas en el archipiélago, para empezar la competición se recrudece. Pero hay masa social más que suficiente para que la defensa de los intereses canarios, aquí y en Madrid, no dependa del sucursalismo de las siglas estatales que, a la hora de la verdad, solo atienden las demandas catalanas y vascas porque, legítimamente y con habilidad, son capaces de interpelar al resto en el día a día. Si de Ciudadanos y Vox dependiese, y seguramente también de los demás, ni ERC ni el PNV hubieran estado presentes en el plató de televisión. Ansían desterrar la plurinacionalidad que la Constitución de 1978 reconoce. Si no hubiese una diversidad territorial, ¿a santo de qué el poder constituyente dispuso en su momento de dos mecanismos para acceder a la autonomía? Si en el texto constitucional se acomodó una vía rápida (artículo 151) y otra lenta (precepto 143) para desarrollar el autogobierno es porque se asumió, y la Historia de España y la experiencia republicana son lasque son, que había que ofrecer encajes múltiples a realidades territoriales diferentes. Es decir, la distinción entre nacionalidades y regiones que consagró la Constitución de 1978 no es casualidad y responde a una reivindicación política articulada por los nacionalismos periféricos.
El 10N la sociedad canaria tendrá ocasión de manifestar su voluntad en las urnas. Si Nueva Canarias y CC alcanzan representación en las dos circunscripciones, el nacionalismo canario podrá vivamente aportar a la fase política, tan complicada, que sobreviene. De hecho, la complejidad derivada de la constatación de que el sistema del 78 se está zarandeando, solo acaba de empezar. Y si Canarias no ostenta su propio discurso, acabará engullida por los avatares de la dinámica estatal que solo respeta al adversario político de naturaleza territorial y singular que sabe organizarse y defenderse por sí mismo. Por eso se ha puesto de moda atacar a los partidos vascos y catalanes. Si no incomodas, si no haces valer tu criterio, directamente no importas. Te ignoran.